Cuando le llegó el turno a Nostalgias, el tango que cerró la noche, con el que Juan Carlos Baglietto y Lito Vitale se despidieron del público fervoroso e incondicional que llenó el Luna Park; cuando llegó ese enésimo bis, el escenario enorme y vacío de decorados no parecía tan grande y la escenografía, en todo caso, estaba abajo, en los ojos y en los coros de la gente.

Es que Vitale y Baglietto habían brindado un recital algo más que entrañable, algo más que parejo, algo más que sólido en lo musical. Habían redondeado en dos horas un concierto de gran nivel interpretativo instrumental y vocal, con una prudente elección en el repertorio (salvo algunas excepciones como el, a esta altura, un tanto demagógico Por qué cantamos).

La apuesta no parecía en un primer momento del todo sencilla: temas tradicionales del folclore urbano y rural argentino, más algunas canciones del repertorio histórico de ambos. Sin banda, sin otro apoyo que los múltiples teclados (y sonidos) de Vitale y la guitarra y algunos bien intencionados arrestos de percusión a cargo de Baglietto. Con eso y un soberbio juego de luces, se largaron. Podía ser conmovedor; también podía ser soporífero.

El dúo (por como se complementan en escena es la manera más lógica de llamarlos) dejó en claro desde el primer tema, Naranjo en flor, que la noche estaba de su lado. Vitale parece haber descubierto que incluso con menos arreglos, con menos notas por segundo, con menos prepotencia sonora, sigue siendo un gran músico. Baglietto, dueño de una voz que puede ir del voceo al mejor estilo diariero hasta una sutileza de arrullo con la velocidad de un cero kilómetro de última generación, siempre está al borde de la exageración escénica. Sin embargo, es curioso, nunca cae en la parodia. Misteriosamente, su tendencia a lo operístico se detiene a tiempo como para que esos personajes que va creando en cada tema no se desdibujen en una caricatura. Así, la teatralización de las interpretaciones, en algunos casos -como en Mienten- potencia su voz.

Con naturalidad, los temas del nuevo disco (Postales del alma, Zamba de Lozano, El Mensú, El choclo, Nada, Tarde) se fueron mezclando con algunas canciones de distintas etapas del Baglietto solista (Mi barrio, del vasco Mezo Bigarrena; Eclipse de mar, de Joaquín Sabina; El témpano, una excelente versión de La leyenda de Mate Cosido) y con algunos (muy pocos) instrumentales de Vitale. La buena convivencia tuvo que ver, esencialmente, con los arreglos de Vitale que, sólo en ocasiones, podían considerarse pretenciosos.

El final los encontró más unidos que dominados, con un público que pugnaba de distintas formas por subirse al escenario, que intervenía en los coros como si lo hubiera contratado de antemano. Ya para entonces, el Luna Park parecía más chico. Y las versiones de La vida es una moneda y Piedra y camino (con un punteo de guitarra propio del blues a cargo de Baglietto) fueron contundentes.

"Buenas noches y muchas gracias", dijo Vitale y siguió agradeciendo con nombres propios. Fueron las únicas palabras del show. Es que no había mucho más para agregar. Porque, si bien no estaba todo dicho, sí estaba (casi) todo cantado.

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